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dimecres, 2 de març del 2011

Gadafi intenta reconquistar el este

En la carretera que enlaza Bengasi y Ajdabiya, la última ciudad controlada por los alzados contra Gadafi antes de entrar en la tierra de nadie, transitaban camionetas cargadas de chicos que se dirigían con entusiasmo al frente. Aparte del ardor guerrero, los defensores de Brega apenas contaron con tres viejos tanques de origen ruso y tres ametralladoras antiaéreas montadas en camionetas.

Por la tarde, todavía bombardeaba Brega la aviación del dictador, pero los matones contratados en Nigeria, Chad, Congo y países asiáticos ya habían sido expulsados. Los combates causaron al menos 14 muertos, según distintas fuentes.

En Ajdabiya, en pleno desierto, el frenesí dominaba el panorama. Pasadas las diez de la mañana, una gran explosión se oyó en el último control de los rebeldes al sur de esta ciudad, en una zona que acoge enormes arsenales. El nerviosismo se exacerbó cuando los aviones de combate sobrevolaron la zona. La gente se dispersaba a la carrera, pero docenas de chavales y hombres seguían a lo suyo: limpiaban los proyectiles de las baterías antiaéreas y de los tanques, y abrían cajas de munición sin descanso. "Gadafi no cuidaba su Ejército, y las armas estaban en pésimo estado. A veces disparan, pero es únicamente para probar que las baterías funcionan", precisaba uno de los mandos.

Deambulaban los alzados que, a menudo, solo portaban fusiles Kaláshnikov o escopetas, pero una determinación sin límite al grito de "Alá es grande". "Solo los tanques están manejados por soldados que se unieron a la revuelta", explicaba un uniformado. El desconcierto se adueñó de los luchadores cuando se desató el rumor de que los esbirros de Gadafi avanzaban hacia Ajdabiya. Nunca se confirmó. Como resultaba difícil verificar los derribos de helicópteros. "Gadafi tiene secuestrados a familiares de pilotos, pero algunos desertan", dijo un coronel, piloto él mismo, que se unió a las filas rebeldes desde el primer día del alzamiento iniciado el 15 de febrero.

"Unos 400 mercenarios de Gadafi trataron de conquistar el aeropuerto de Brega para poder transportar a más hombres armados", comentaba un oficial. Además de contar con un aeródromo y las instalaciones desde las que se exporta el crudo, Brega acoge unos depósitos de gas que abastecen a Libia y alimentan también de combustible a las gasolineras de Libia oriental. "En Brega hay depósitos de varios gases peligrosos, que ahora están cerrados y algunos vacíos. Pero desde allí se suministra gas a las terminales petroleras de Zuaitina y Bengasi. Hace días nos ordenaron que cortáramos el flujo, pero solo a la región oriental. Los trabajadores nos negamos", afirmó Mashala Agub, un ingeniero empleado en esa industria.

Además, la toma de Brega habría permitido a Gadafi acercarse a Ajdabiya, a solo 75 kilómetros. En las cercanías de esta ciudad se ubican enormes depósitos de armas, y a 20 kilómetros las importantes instalaciones de Zuaitina. A las tres de la tarde, con la carretera hacia Bengasi más nutrida de inquietos rebeldes, las camionetas marchaban hacia Brega, en medio de la tormenta de arena, para poner punto final al episodio.

Los insurgentes no se conformaron y persiguieron a los mercenarios en dirección al oeste. También hubo refriegas en Sebrata y Gharya, dos ciudades próximas a Trípoli, bastión de un Gadafi incapaz de romper el cerco.

Consciente del fracaso, Gadafi se aferró ayer de nuevo a la tesis del turbio complot. "Hay una conspiración para dominar el petróleo de Libia y para que su tierra sea colonizada otra vez... Nunca volveremos a ser esclavos como lo fuimos de los italianos", afirmó el sátrapa, quien advirtió: "Entraremos en una sangrienta guerra y miles de libios morirán si Estados Unidos o la OTAN intervienen".

Mientras tanto, las palabras de su hijo Saif el Islam, que repite hasta el hartazgo que el país está tranquilo, suscitan hilaridad. Porque esa estabilidad está lejos de instalarse en un país en el que los almacenes de alimentos están casi vacíos; la producción de crudo, hundida, y su exportación, bajo mínimos. Sin mencionar los cientos, quizás miles, de víctimas que ha provocado el gobernante.

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